sábado, 9 de abril de 2011

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VISITA DE PALACIO EN BUCAREST

VISITA DE PALACIO EN BUCAREST
ENTREVISTA CON EL PRESIDENTE ION ILIESCU
Al finalizar el mes de marzo de 1996 me encontraba cansado y aproveché las vacaciones académicas de Semana Santa para respirar el aire puro de los Cárpatos con mis amigos rumanos. Al poco tiempo de mi llegada del aeropuerto a casa de Raoul Sorban sonó el teléfono. Quien llamaba era la secretaria particular del Presidente Ion Iliescu, Corina CRETU. Sí, replicó Raoul, “mi amigo Niceto ha llegado y le tengo aquí a mi lado”. Inmediatamente relacioné esta llamada con algo que me había sugerido Raoul mientras nos trasladábamos del aeropuerto a casa y deduje que estaban preparando una entrevista con el Presidente de la República, como así sucedió. Corina estaba informada previamente de mi llegada y había programado ya nuestro encuentro para el día 3 a las 18,30 horas. Su llamada telefónica era para confirmar el encuentro e informarnos de los detalles de protocolo que debíamos cumplimentar. Sonó de nuevo el teléfono. Era Corina Gretu comunicándonos ahora oficialmente que el día 3 a las 6 de la tarde el Sr. Presidente Ion Iliescu nos recibiría a Raoul Sorban y a mí en su despacho de la Presidencia. Raoul mantenía relaciones personales muy buenas con él y le había hablado de mí de tal forma que suscitó la curiosidad del Presidente Iliesco por conocerme. Por otra parte, fue una buena disculpa por parte del Presidente, como pude apreciar después, para discutir con Raoul Sorban sobre algunos asuntos importantes.
Pero mi estadía en Bucarest no podía prolongarse por lo que Raoul preparó un programa muy apretado de visitas y encuentros. Al día siguiente nos dirigimos muy de mañana a la Redacción del semanario Tîmpul, siendo recibidos por su Director Adrian Riza con grandes muestras de alegría. Nos agasajó con wisky y café y charlamos durante una hora sin parar. El Sr. Riza, en efecto, era un gran charlista y tenía cuerda para hablar hasta el fin del mundo con brillantez y entusiasmo. Entre otras cosas hablamos de mis futuras colaboraciones con su semanario. El Sr. Riza estaba convencido de la conveniencia de promocionar en Rumania, tras la caída del comunismo, la doctrina social de la Iglesia católica e igualmente de la apertura del país hacia Occidente con vistas encontrar las verdaderas raíces históricas de la rumanidad. Hablamos también sobre la oportunidad de divulgar una carta de Juan Pablo II en la que trata sabiamente el tema magyar. Antes de despedirnos me obsequió con un importante libro suyo en inglés y presentado por Raoul Sorban.
De la Redacción de Tîmpul marchamos a la Redacción del Currierul National. Primero nos recibió la redactora-jefe Cristina Oroveanu, la cual nos agasajó hasta que llegó el dueño del periódico Valentín Paunescu el cual había sido un comunista comprometido a fondo, hablaba perfectamente el español y, según Raoul, era un hombre con un poderío económico asombroso. Primero nos habló del Partido Comunista español salpicando la conversación con anécdotas. Luego trató con Raoul sobre la publicación de una serie de artículos que llevaran su firma. Terminada la entrevista, Raoul me hizo en tono confidencial la siguiente observación. “Ya ves, me dijo, todos me felicitan por mis trabajos, pero ni una sola palabra sobre la retribución de los mismos. Todo lo que hago les parece bien, pero ninguno me pregunta jamás de qué vivo”. Así fue, en efecto. Se habló de publicar sus escritos, pero en ningún momento sobre el pago de los mismos, como si Raoul Sorban no tuviera necesidad de sobrevivir con el sudor de su frente, o él y su familia se alimentaran sólo con buenas palabras y del aire. Luego matizó irónicamente: “Has estado hablando con un comunista convertido en el hombre más rico de Rumania”.
De vuelta a casa traté de cambiar unos dólares pero Raoul sólo me permitió que cambiara una módica cantidad para que gastara lo menos posible de mi bolsillo mientras estuviera en su casa. De hecho trató de disuadirme para que no cambiara nada. Hubiera sido una buena disculpa para sentirse él obligado a pagar todos mis gastos, caprichos incluidos. Así era la generosidad este gran hombre conmigo. Para él no había dinero, pero para agasajar a los demás lo sacaba de debajo de las piedras. Le pregunté a Raoul Sorban por el archivo parroquial que tiempos atrás habíamos encontrado abandonado en Stoiana. Me respondió que se había llevado a casa algunos de los documentos y que el resto fue probablemente destruido. Y añadió: “tengo el sentimiento de que los he robado”. Yo le consolé diciendo que hizo lo que debía salvando algunos de los documentos de su salvaje destrucción. Cuando yo vi el archivo abandonado a la intemperie me lo hubiera llevado todo entero conmigo pero, por respeto a la delicada conciencia de Raoul, no me llevé ni uno solo aunque tuve la oportunidad de hacerlo.
De regreso en casa Eva nos esperaba con un delicioso almuerzo después del cual intenté descansar tras la intensa mañana de encuentros y comentarios. Luego llegó Cristina, la hija de Eva y Raoul Sorban, la cual vino a mí pidiéndome amorosamente disculpas por su ausencia durante la mañana. Como, por otra parte, ya había sido concertada la visita al Presidente Iliescu para el día siguiente, me facilitó algunas informaciones sobre este personaje. Según ella, Iliescu era un hombre abierto para escuchar sugerencias e ideas de los demás.
Durante la cena hablamos del racismo interno judío practicado dentro del Estado de Israel entre los propios judíos. La voz cantante la llevó Cristina hablándonos de su experiencia personal como estudiante de arquitectura en Haifa. Al final sacamos la conclusión de que algunos judíos son herederos de Hitler como éste lo fue de los racistas anglo-americanos. Por su parte, Raoul comentó sus discusiones con Paunescu sobre la idiosincrasia rumana y la ortodoxia. Luego me informó de que Corina, la secretaria particular del Presidente Iliescu, sufría las consecuencias gravísimas de un accidente de tráfico con el riesgo de perder la vista. Ella había preparado ya nuestra entrevista con el Presidente y Raoul calculó que sería muy breve pero altamente significativa. Como signo de lo cual destacó el hecho de que en la preparación de la entrevista estaba previsto que yo pudiera hacer libremente uso de mi cámara fotográfica.
El problema de Iliescu, matizó Raoul, es que aprobó la ejecución de Ceausescu y su mujer en 1989, lo cual empañaba su personalidad de hombre sencillo y aparentemente humano. De pronto llegó a casa un señor con el que Raoul conversó durante largo tiempo en su despacho. Antes de despedirle me le presentó y quedamos en que el próximo jueves, cuando yo me encontrara de vuelta en Bucarest, me haría una entrevista para la TV rumana sobre la pena de muerte. Entrevista que no llegó a celebrarse sin que pueda recordar la razón. A continuación Raoul me explicó los equilibrios que tenía que hacer para sobrevivir a sus 83 años de edad. Todos le pedían consejos y colaboraciones escritas, incluido el Presidente de la República, pero nadie se preocupaba de su situación económica. En este sentido, el magnate Paunescu constituía para él un refugio económico aunque no compartía en modo alguno su trayectoria personal y política. Hablando de las personalidades públicas, me dijo que hay que controlar el orgullo para no perder la dignidad. A la gente de valía la mata el orgullo. En el contexto de estos comentarios los dos estuvimos de acuerdo en que nuestra vieja amistad había sido posible sólo porque nos habíamos encontrado en el camino de la búsqueda de la verdad, de la bondad humana y de la belleza. También convinimos en que lo esencial del cristianismo en este mundo es el amor y el respeto a toda persona humana y no el poder o los ritos religiosos por sí mismos.
Sobre Adrian Riza me dijo que fue el primero entre los intelectuales ortodoxos rumanos que se atrevió a denunciar abiertamente en público la mentalidad ancestral de la Iglesia Ortodoxa, según la cual, ser rumano significa ser ortodoxo. O sea, su nacionalismo eclesiástico contra el carácter universal de la Iglesia. Pero antes de visitar al Presidente Iliescu Raoul Sorban consideró oportuno que visitáramos al ministro de cultura Mihai Ungueanu el cual nos recibió en su despacho con grandes muestras de simpatía. Después de agasajarnos, me regaló varios libros y se interesó por mis escritos, especialmente por mi obra “Ética y medios de comunicación”. Hablamos incluso sobre la posibilidad de traducirla al rumano con ayuda de su departamento ministerial. Ya nos conocíamos de antes de ocupar él este cargo político por lo que nuestro encuentro resultó más fraterno que protocolario por más que teníamos que guardar las formas. Programó el tiempo de la entrevista de suerte que pudiéramos servirnos del coche oficial para volver a casa. Salimos juntos del Ministerio, fuimos hasta la puerta de su casa, donde nos despedimos, y a continuación el chofer volvió a su lugar de origen dejándonos a nosotros en nuestra casa en Sos. Pantelimon. Yo le quedé muy agradecido por este gesto ya que me encontraba muy cansado y el programa de la tarde estaba bastante cargado.
De vuelta en casa almorzamos y descansamos durante hora y media. Pero Eva se encontraba indispuesta a causa de un fuerte resfriado y no pudo acercarnos personalmente con su coche a la Presidencia. Esta circunstancia nos obligó a depender de dos taxis pese a lo cual llegamos a tiempo para la entrevista. La entrada principal del Palacio presidencial actual es una adaptación de un antiguo convento católico a la megalomanía de Nicolai Ceausescu, que ordenó la obra de transformación dejando la bella iglesia abandonada para que se fuera derrumbando por si sola con el paso del tiempo. Con la llegada de los comunistas fue confiscado y la iglesia quedó reducida a ruinas. Se hablaba de reconstruirla pero tropezaban con grandes dificultades económicas para hacerlo. De todos modos, nadie dudaba de que se había cometido un crimen arquitectónico en nombre del fanatismo comunista. En realidad, todos los aledaños del palacio presidencial de Cotroceni se encontraban en estado deplorable.
Al presentarnos como visitantes los funcionarios de seguridad me rogaron que dejara depositada la cámara fotográfica en un lugar de seguridad. Pero llegó el aviso telefónico de Corina para que nos dejaran llevarla con el fin de hacer uso de ella durante la entrevista, que comenzó a las 18,30 y terminó a las 19,45. A la salida el personal de protocoló no disimuló ante nosotros su admiración por el mucho tiempo que había durado el encuentro. Una vez que Raoul le hizo mi presentación, Iliescu preguntó en qué idioma hablábamos. Convinimos con buen sentido del humor que en Rumania debíamos hablar en rumano e inmediatamente inició él su discurso de forma distendida y locuaz.
Como Raoul le había hablado de mí como intelectual y hombre de libros, empezó hablándonos de los libros que él mismo había escrito y del contenido político de los mismos. En este contexto Raoul le expuso en síntesis cómo nos habíamos conocido hacía muchos años y cómo había nacido en mí la simpatía por Rumania y sus problemas. Luego le informó más en detalle sobre mis actividades intelectuales y de la visita que habíamos hecho por la mañana al Ministerio de Cultura. Por fin le dijo, que, por encima de todo, yo era un sacerdote dominico. A mí me halagó mucho esta última aclaración, aunque dudo mucho de que Ion Iliescu, formado en Moscú en la época de la antigua Unión Soviética y comunista de profesión durante la mayor parte de su vida, supiera lo que realmente es un preot calugar dominican spaniol.
Luego retomó la palabra y nos habló con mucha emoción de su visión política de cara al futuro de Rumania en el concierto de las naciones y cómo había escrito sus libros tratando de relatar la historia reciente de su país como testigo directo y protagonista de la misma. Por último, surgió el tema magyar con lo cual Raoul dejó de escuchar y se enzarzaron los dos en una franca y amigable discusión que podía haberse prolongado hasta el amanecer del día siguiente. El Presidente Iliescu y Raoul Sorban no compartían el mismo punto de vista sobre la forma de resolver el contencioso histórico con Hungría. Según Raoul, el tratado que próximamente se iba a firmar con Hungría era tramposo y favorecía las clásicas pretensiones del imperialismo magyar. Según Iliescu, en cambio, era una forma nueva y actualizada de hacer política con Hungría sin ceder en nada a la soberanía rumana sobre Transilvania. Pero el tiempo pasaba y la secretaria Corina comenzó a hacer uso de mi cámara fotográfica con lo cual nos daba a entender que había que poner fin a la discusión. Antes, sin embargo, el Sr. Presidente ordenó a Corina que le acercara los libros suyos con los que deseaba obsequiarme dedicándomelos uno por uno al tiempo que me exponía brevemente el mensaje de cada uno de ellos.
Nada más lejos de mis previsiones que esta visita, que fue una iniciativa exclusiva de Raoul Sorban sin contar previamente conmigo para nada. Pero me alegré de haberla celebrado de forma sorpresiva e improvisada sin preparación previa por mi parte. Estos encuentros informales cuadran muy bien con mi mentalidad de no tener prejuicios contra nadie. No me gusta nada la política pero siento aprecio profundo por las personas que se dedican a esa actividad y no descarto la posibilidad de hablar respetuosamente con todo el mundo. En lugar de ser yo quien aportara algún detalle al anfitrión, en señal de cortesía, fue el Presidente quien me obsequió a mí dedicándome sus libros. Se lo agradezco de corazón y siento no haberle correspondido. Ion Iliescu era un político con una estructura mental comunista pero con rostro humano en su trato y muy buen comunicador. Le encontré bastante emotivo y enamorado de sus puntos de vista, lo que le impedía escuchar y tener en cuenta los puntos de vista de los demás. Al hablar mucho y apasionadamente, impedía, sin darse cuenta de ello, que los demás le expresaran los suyos.
Esta actitud, creo yo, era más consecuencia de su temperamento que de una estrategia diplomática. Tuve la impresión de que tenía mucho interés en hablar con Raoul Sorban y mi presencia en Bucarest fue una mera disculpa diplomática para tener un encuentro con él. Durante la larga entrevista no hizo el menor gesto de autocomplacencia presidencial o de autoridad. Por el contrario, se mostró espontáneo, amable y cercano. Por ejemplo, arrastrando él mismo su silla para estar más juntos y podernos fotografiar caprichosamente pasando por alto las normas del protocolo. Sobre Iliescu se cierne la sombra del proceso y posterior ejecución de Ceausescu y su mujer, marcado por la ideología marxista en la que fue formado. En uno de sus libros reconoce abiertamente que aprobó la ejecución de su predecesor. Por otra parte, su orientalismo nacionalista le impedía abrirse de forma decidida a Occidente.
Eso sí, no fuma, no prueba el alcohol y no roba como otros políticos. Durante la entrevista no se fumó y sólo bebimos unos zumos que nos sirvió Corina. Se decía que todos los políticos rumanos se habían enriquecido de una forma descarada, cosa que no podía decirse de Iliescu el cual era considerado por entonces como un ejemplo a seguir. Raoul no estaba de acuerdo con la política de Iliescu, pero le había votado por considerarle el mejor entre los menos malos. Pensaba que una cosa es la pertenencia a un partido político y otra el acto de votar, en el que se supone que uno es libre para expresarse a sí mismo. La pertenencia a un determinado partido político puede obedecer a circunstancias muy concretas de la vida que no le permiten a uno ser libre. El votar, en cambio, se supone que es un acto mediante el cual uno decide libremente de acuerdo con sus verdaderas convicciones y los dictados de la propia conciencia. Conociendo a Raoul Sorban resulta fácil de entender este sabio y pragmático criterio de acción política. En el momento de redactar estas líneas Ion Iliescu ha desaparecido de la escena política, su secretaria es miembro del Parlamento europeo y Mihai Ungheanu y Raoul Sorban viven el sueño de la paz entre los muertos. NICETO BlÁZQUEZ, O.P.